Cómo introducción a mi libro-juego X Legio escribí un relato breve, que luego maquillé un poco para el primer volúmen de Misma Tierra Nuevos Horizontes.

Aquí lo tenéis.

Me piden que haga un poco de historia… ¡historia!

Como si fuera posible, como si existiera un antes y un después, como si pudiéramos distinguir, con claridad, quienes somos, adonde vamos, a quien encontraremos en unos minutos, paseando por la calle.

Pero sí, es posible. Para Ustedes, señoras y señores, que todavía podéis vivir, atrapados por el antes y el después, palabras bellas, bellísimas, que recuerdo haber vivido yo también, en mi infancia.

Ahora, como cronauta que soy, carecen de sentido a mis oídos, pero no siempre he viajado en el tiempo. La línea temporal era entonces muy sencilla: una línea recta, que unía dos puntos; el momento en que me concibieron, a la izquierda (me refiero a la izquierda de la escala temporal) y el momento de mi muerte, a la derecha. Allí, entremedio, la vida se iba desarrollando. Entre lágrimas y alegrías.

Luego, un día me enrolé. Parecía un trabajo interesante, para un historiador como yo era. Poderse olvidar de bibliotecas y textos de dudosa autenticidad, y poder VER a la historia, cómo se desarrollaron los hechos, como un personaje más.

En algunos casos, cuando mirábamos a hechos históricos, decíamos mis colegas y yo: “¿de donde habrá salido tanta gente?”. Ahora sé la respuesta. Éramos nosotros, los historiadores, presentes, en momentos clave, en las revoluciones… pero bueno, no debo de contaros esto, sino algo más interesante para vuestra historia.

Vamos a hablar de: futuro.

El futuro de la humanidad, y el futuro próximo a las fechas en las que os estáis moviendo, siglo más, siglo menos. Los alcances tecnológicos. Los éxitos. Los fracasos. Me dicen aquí que los fracasos mejor no. Pues bien.

Viajes espaciales, un poco más allá del sistema solar. Año… no os lo puedo decir, no quiero alterar el curso de los eventos. Ya sé, suena un poco a “si te lo dijera tendría que matarte”. Lo mismo da, para Ustedes no ha ocurrido todavía; para mí es historia. Pero sí, la humanidad por fin consigue cruzar el umbral de su propio, mísero sistema estelar, llamado con cierta presunción “solar”. Se va, se va, se va, y empieza a conocer nuevos mundos.

¿Cómo lo consigue? Pues yo miraría un poco las viejas series de Ciencia Ficción (para Ustedes posiblemente sean nuevas), estoy convencido de que más de un colega mío ha ido por allí soltando pistas. No se podría hacer, pero ya se sabe, el hombre es el hombre, la tentación es fuerte y si no te están mirando…

Lo que es un poco diferente con respecto a las varias series de ciencia ficción es que el hombre desde el principio se encuentra muy solo. Descubre planetas habitables, algunos de ellos peligrosos, pero descubre también que el ser humano es la criatura más inteligente de la galaxia.

¡Quien lo hubiera dicho! Tantas décadas encontrando en la ficción razas muchísimo más avanzadas que la terrestre, y ahora, cuando se llega a la prueba de la verdad, nadie consigue ganarle al hombre.

Errores, muchos; excesos de confianza, más aún. La raza terrestre los ha pagado todos, y a caro precio. Tenía que aprender. Cuando lleguéis a verlo tan claro como yo, que no tengo las ataduras del tiempo, podréis entender las razones.

Mientras tanto, mejor sería echar un vistazo a cómo se ha desarrollado esta primera fase, que los historiadores del tiempo (todavía no existían los cronautas) definieron de “conquista”. Ridículo. Intentar aplicar a toda la galaxia unos criterios de comportamiento (militares, estratégicos, económicos, virtuosos, viciosos…) cuyos límites ya se habían demostrado en el planeta de origen. Luego, alguien se quejará si a los terrestres se les llama “los grandes recicladores de ideas”. Mucho les costó sacar algo nuevo de la chistera. Algo que cambiaría el curso de la historia.

Esto no se acaba aquí, sólo es el comienzo.

Ah, se preguntarán Ustedes que por qué hablo de vosotros terrestres. ¿Es que no soy humano?

Bueno, tengo que contestar si y no a la vez. Me explicaré. No quiero adelantar acontecimientos, pero cómo les voy a hablar de épocas muy lejanas no voy a influir en la historia actual para Ustedes, la historia del siglo veintiuno, la pre-historia por así decirlo, ya que no había viajes interestelares ni contactos con otros mundos.

Lo que en vuestro tiempo no se sabe y sólo se imagina – o se sueña – para nosotros es pasado. Es bueno que sepáis que el hombre llegará un día a las estrellas. Se hará viajero. Y conquistador. Es bueno saberlo, previene el lógico desánimo; no lo vais a ver, ni a vivir, pero ocurrirá.

Y en toda la galaxia el hombre llevará su palabra; su historia, para repetirla una y otra vez, con sus errores, con su patrón constante y cansino. República, Democracia, Monarquía, Oligarquía, Anarquía… cambian los planetas, cambian las formas exteriores de manifestación, pero el hombre no cambia. Siempre el mismo. Obstinado. Ciego. Tonto.

El hombre acabó – acabará – extinguiéndose, como la llama de una vela gastada; y dejó – dejará – un legado. Una advertencia dirigida a todas las especies libres que pueblan la galaxia. Aprended de nuestros errores.

Esta es la razón por la que me hice cronauta. Y asimismo es la razón por la que los cronautas son tan importantes en mi tiempo. El hombre tropieza mil veces en la misma piedra. Otras especies, no. El hombre tenía – tiene – unas características que le hacen único, a pesar de esta tozudez en ocasiones irritante. Ninguna otra especie podrá hacer lo que el hombre hizo, ya que, simplemente, el ser humano es único. Su manera de conjugar estupidez y genialidad no tiene punto de comparación en ninguna especie conocida. Ni por conocer, creo yo.

El hombre es un campo de estudio fascinante. Ya no hay humanos, a veces corren rumores de que se ha visto alguno de ellos, pero se trata más bien de leyendas urbanas. Los modernos hombres de las nieves.

Su huella, la huella que dejó – dejará – en los mundos habitados y por habitar es – será – imborrable. Y todas las especies, por enemigas que sean de los terrícolas, lo han de reconocer. Así que, bueno, no soy humano. Pero por algunos aspectos me siento humano; y no solamente por ser cronauta, todas las especies de mi tiempo tienen una deuda con los seres humanos. Una deuda que ya no se podrá pagar. Se puede observar, pero no cambiar el pasado.

Así que… gracias, humanos. No os olvidaremos.