Cuando era yo pequeño, y todo el mundo me preguntaba qué quería hacer de mayor, siempre contestaba que quería hacer algo útil para la humanidad.

Familiares y amigos, y especialmente las tías mayores de pueblo, se manifestaban sorprendidas y eran generosas en cumplidos y, lo que más cuenta, en propinas.

Creo que abusé de esta estratagema. Al crecer, ya dejaron de darme propinas, y se conformaron con maravillarse, y lo extraño era que no me importaba. Cuando iban pasando los años, encontré la manera de ganarme la vida haciendo el astronauta (todos creían que iba a ser médico pero eso de tener que ver a diario con centenares de personas enfermas no era lo mío).

Es evidente que mi determinación estaba tomada desde el principio, y quise ser fiel a ella; de hecho, siempre hice todo lo que pude para ayudar a la humanidad, y qué mejor método que entrar en el programa de investigaciones y exploraciones interestelares. “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”, dijeron. Era para mí.

Desde el principio cultivé la clara impresión de que en realidad no hacía más que seguir un camino predestinado, preparado para mí por alguien. Llámenle Dios, o Destino o Noséqué. Allí iba yo, pisando huellas predefinidas, pero voluntariamente.

A veces no entendía el por qué de algunas decisiones que tenía que tomar. En estos casos me decantaba siempre por la decisión más lógica con respecto a mi objetivo final, y hasta proporcionaba explicaciones racionales, a priori o a posteriori. Funcionaba. Ha funcionado hasta ahora.

Sin embargo, desde que hemos descubierto el primer planeta habitado por una especie indígena parecida al ser humano, bípede, inteligente (o eso parece, ya que conoce el fuego y la escritura), he empezado a albergar dudas.

Cuando nos encontraron nos encerraron en una celda. Lo entiendo, yo hubiera hecho lo mismo. Ayer se llevaron a mi compañero. No le han devuelto a la celda, sólo he podido escuchar gritos y música hasta la noche, pero de él no sé nada.

Desde la celda veo que han colocado una gran olla encima de la hoguera, se ve el agua hirviendo, creo que vendrán a buscarme dentro de poco. Por eso estoy enviando este mensaje a la tierra. Hay que seguir caminos inescrutables, pero lejos de este planeta. ¡Quién iba a decir que Dios se tomaría de forma tan literal ese deseo mío de servir con todo mi cuerpo a la humanidad!