Quiero aclarar algo para empezar. No hay Clinches por aquí. No hay porque nunca han existido. Sin embargo, vendemos camisetas con sus imágenes y fotos, estatuillas, manuales, postales, hologramas, ADN secuenciado, hasta libros de la historia de su civilización.

Pero no hay Clinches.

En el puerto espacial de Corindian se pueden ver las publicidades, destellando en colores vívidos. En la aduana se pregunta a los viajeros su nacionalidad, el planeta de proveniencia, su raza, las razones del viaje y se les informa de que en este mundo no hay fauna autóctona. Actualmente. Algo de vegetación, basada en el carbono. Colores, paisajes, poesía, encantamiento, atmósfera. Hay de todo.

Pero no Clinches.

Parece imposible que sólo haya vida vegetal, si bien sea tan rica y compleja, en Corindian; se puede ver mucha pradera verde, mucha selva exótica, muchos árboles pero ningún animal disfrutando de ella. Y limitando su crecimiento, claro. Los animales herbívoros son los depredadores naturales del reino vegetal.

Pero no hay silencio en Corindian, y se puede escuchar un murmullo constante; se debe a las enredaderas que se extienden en la tierra, a las raíces que buscan abrirse paso, al viento que se lleva lejos las semillas.

Ningún animal, y sin embargo la vegetación parece estar controlada. Parece imposible. ES imposible, y todos lo sabemos.

Los colonizadores, como se hicieron llamar, fueron los primeros en quedar estupefactos. Sin darse cuenta miraban a sus alrededores; les faltaba algo, en este panorama idílico, y no sabían el qué. Luego se dieron cuenta. Buscaban algo que se moviera. Un poco más rápido que la vegetación, por supuesto; ver corretear una hiedra no es el máximo de la diversión, al no ser que no tengas mucho más que hacer.

Y precisamente cómo no tenían nada que hacer, oyeron susurros, sonidos y murmullos.

No todos podían ser explicados por el inexorable devenir de la naturaleza. Estaban en un planeta inexplorado, virgen y posiblemente hostil. Las sombras que percibían de repente les asustaban. Los movimientos captados con el rabillo del ojo. ¿De verdad había sido un movimiento?

Eso puede pasar con los planetas inexplorados; el rastreo previo puede ser, y es, exhaustivo, pero los instrumentos, las mediciones, las imágenes tomadas desde el aire no sirven de nada cuando, en plena noche, percibes algo que se mueve en la oscuridad, y que podría ser una hoja caída de un árbol. O no.

Los colonizadores decían que a veces se escuchaban risas, lloros, ruidos varios, como imitando los sonidos que los colonizadores emitían, y que a este mundo deberían parecer tan extraños. Tan imposible les debería parecer a las formas de vida locales que algún ser vivo se moviera con tanta velocidad.

Pero parecían ruidos de seres vivos. Animales. Nadie los ha visto nunca. Y sin embargo les dieron un nombre. Les llamaron Clinches.

A veces parecían monstruos, a veces más amigables, siempre eran fruto de la imaginación de los colonizadores. Pero nunca parecían buenos. Nadie tenía un Clinche por amigo, ni los niños, a los que se les amenazaba con la venida del Clinche si no comían todo.

Los llamaron Clinches para saber a quién dirigirse, para darles un nombre, un nombre cualquiera. Nadie sabía de donde había salido este nombre. Puede que haya sido susurrado al oído de uno de los colonizadores precisamente por un Clinche mismo, o eso es lo que se cuenta.

Los colonizadores tenían miedo a los Clinches sin saber cómo eran ni como son; se defendían de ellos como podían, como se puede defender un humano de algo que no ha visto nunca, no conoce su aspecto, y no sabe ni siquiera si existe. Sin certezas.

Y cuando el primer colono fue encontrado en las afueras, devorado, casi irreconocible, sólo hubo una certeza: habían sido los Clinches.

¿Quien más podía haber sido si no?

Y ese fue sólo el primer crimen. Empezaron a aparecer marcas de garras en las puertas de acero, heridas de colmillos en la vegetación. No se encontraba rastro, ni ADN, ni tejidos, pero todo el mundo estaba seguro de que eran los Clinches.

Y cuando algún colono desaparecía, también ya se sabía qué había ocurrido.

Alguien empezó a pensar que todas estas plantas condensan los miedos, los investigan, los saborean y los lanzan contra toda amenaza. Se estaba acercando a la realidad.

Porque Corindian es un organismo vital cuyas manifestaciones son vegetales y, a veces, roba de otros lo que necesita, sus sueños y sus sentimientos, y los vuelve reales durante sólo un instante. Porque Corindian es un jardín manchado por la presencia animal. Es un jardín que se rebela a la presencia animal, porque los animales no pertenecen a Corindian.

Y sin embargo los Clinches no son de lo más desconcertante; lo que es realmente desconcertante es que los animales sigan llegando. Continuamente, llegando.

Con maletas, armas y misiones, en paz o en guerra, alegres o tristes, pero siempre y continuamente llegando.

Buscando a los Clinches. Que no existen. Y manchando este Edén con su presencia.

Hay muerte para quien entra a Corindian. Ustedes lo saben y siguen llegando.

Pasen entonces, y acomódense.

Y esperen.

Pronto llegará su turno.