1. La propuesta

-Depende de ti. Si te gusta el peligro o no.-

La pregunta era directa. Quizás demasiado. ¡Si me gusta el peligro! He sido jugador profesional durante seis largos años, antes de conseguir dejarlo. Poker, Four-bazins, hasta la variante de la ruleta rusa que se juega en Antares Persital, aquella en la que se usa una especie de ballesta a dos vías, de las que una sola está cargada. Un desafío continuo a todas las leyes de Murphy.

Y bien, si estoy aquí todavía, vivito y coleando, por algo será. ¡Si me gusta el peligro!

-Si lo que me propone es realmente peligroso…- le contesté. -Y no creo lo sea- añadí, lanzando una mirada desafiante. Un jugador es jugador siempre.

De todos modos, estaba mintiendo. Desde que dejé el juego no he arriesgado nada en absoluto. He encontrado un trabajo normal, tranquilo; todas las semanas juego a tenis, gano la mitad de los partidos, y no me siento mal por eso.

En realidad mi problema es que he probado el peligro. El peligro de verdad. Y quien lo ha probado como yo no lo ama, no le puede gustar.

Peligro. Jugadores de póker de broma, apuesta máxima cinco créditos. Y creen saber qué es el riesgo.

-Bah, es ilegal- dijo Gordon. -Y la pena prevista è la cárcel a vida. Esto debería hacerlo un poco más interesante.-

-No necesariamente- le contesté. Entre los jugadores aficionados corre un rumor: la ilegalidad hace que un juego sea más interesante, más excitante, descarga adrenalina en las venas. Pero no en mi caso; creo que la adrenalina se me ha terminado, mi cuerpo ya no la produce. -¿Cuando decidirás decirme de qué juego estamos hablando? –

Gordon miró a su alrededor con circunspección. Patético. Luego se acercó a a mi oído derecho para susurrarme una palabra.

-Squeeze- murmuró, como si fuera el “te quiero” de un enamorado.

Le miré, sorprendido. No creía que Gordon se hubiera podido meter en esta clase de compañía. ¡El conspirador! Bueno, nada dramático o peligroso.

-OK- dije.

2. El juego

Había oído hablar de este juego. Ilegal, cierto, por nada peligroso. Quizás era ilegal sólo por culpa de las apuestas, que acompañaban siempre los partidos, y de las que el gobierno no había conseguido todavía sacar su provecho.

Era inevitable que las apuestas fueran parte integrante del juego. Squeeze deriva del antiguo juego llamado golf, al que era arraigado el espíritu de competición y, por consecuente, el espíritu de apuesta, en perfecto estilo inglés del siglo XX.

Sin embargo, y a pesar de mi gran experiencia como jugador, no sabía mucho de ese Squeeze. Quería documentarme, pero pensé bien de evitar los canales convencionales y las preguntas directas. Sabéis como funcionan estas cosas. Uno va por la calle preguntando cómo se fabrica una bomba atómica, y las autoridades enseguida piensan que quieres fabricar una.

Entré en la web antigua, evitando ponerme el casco con las conexiones neuronales, y empecé a explorar por líneas generales. Juego, apuestas… una infinidad de enlaces, aunque la tecnología de Internet haya sido abandonada hace muchísimos años. Sólo habían quedado, enganchados a este sistema del pasado, una plétora de emarginados sin familia y sin ley. Justamente los que andaba buscando.

Pero nada. Ni una mención. Un enlace involuntario, una conexión olvidada, un fragmento, una clave para conseguir individuar el objetivo…

Hasta que se me ocurrió una idea.

Efectué una búsqueda con una sola palabra-clave: golf.

793 enlaces: no eran muchos, al fin y al cabo, ya que los actuales navegadores de Internet no eran potenciales clientes de golf clubs y afines. La mayor parte de los enlaces estaban rotos, no llevaban que a callejones sin salida, pero contaba con que yo, desde siempre, he sido un hueso duro de roer para la ley de Murphy. La suerte me acompaña siempre. Por ello me fueron suficientes tres intentos.

Hay quien habla de suerte. Yo prefiero definirla demostración. Prueba del hecho que, cuando uno nace jugador, se ve. Y eso que hubiera podido esperar al día del partido para que mi adversario me instruyera.

Toda la información que me interesaba estaba condensada en pocas líneas, en un sito humorístico anti-golf, con una redacción de estilo muy americano, que se llamaba Anti-Golf Y Relacionados Según Max Plancks. Es increíble la cantidad de información seria che se puede encontrar en una página Web humorística.

En un momento dado, el autor mencionaba al Squeeze, considerado como una desviación del noble (o, en ese caso, ignominioso) deporte del Golf. Hablaba de ello como de un juego muy peligroso, probablemente importado de algún mundo alienígeno con la colaboración del gobierno americano, en el que se consigue dar un poco de movimiento a este juego estático y para subnormales gracias al hecho que las bolas no se quedan nunca paradas, al no ser que quieran hacerlo, y el jugador está obligado a prever también el movimiento de la bola antes de golpearla.

Como descripción no era gran cosa, pero era un paso adelante. Hasta ahora, lo único de lo que me había percatado era que se trataba de un deporte prohibido, prácticamente tabú. No soy un gran aficionado al golf, puede que no fuera la persona más adecuada para competir seriamente. Pero los desafíos han sido siempre fascinantes para mí.

Conseguí encontrar también otra página web, en la que se podía leer una descripción sumaria de las reglas del Squeeze. La mayor parte de ellas eran iguales a las del golf. La peculiaridad que más me chocó fue que era imposible retirarse hasta el último hoyo, aunque la modalidad de juego previera un solo ganador en cada hoyo (en caso de empate sería necesario volver a jugar el hoyo).

Había luego otro punto algo oscuro, relativo a la “elección de la bola”. El reglamento sólo decía que había que elegir la bola, y añadía dos palabras sencillas: BUENA SUERTE. Lo cual significa que la elección de la bola es fundamental. Pero por como la frase estaba escrita parecía casi que fuera la pelota quien eligiera el jugador, no el contrario. Quizás un problema de traducción. De todos modos, un elemento más que aclarar con mi compañero de juego.

Por lo que concierne los campos, bueno, la cortina de humo se podía palpar. Empecé a pensar que todo había sido calculado con gran sabiduría y habilidad, este decir y no decir, crear zonas de sombra para despertar interés y expectativa… en estos casos ordinariamente la realidad se demostraba ser decepcionante.

Cuando me fui de la Taberna del Viajante, donde había ido para conectarme, no hacía mucho frío. Era una jornada que podríamos definir primaveral.

Sin embargo, aún no conseguía controlar los escalofríos que recorrían mi cuerpo.

3. La tensión crece

El día después volví a la Taberna del Viajante. No me interesaba conectarme a la red, prefería hablar largo y tendido con Rubén, el barman Jefe. Se le conoce en todo el planeta por su discreción y por la cantidad de informaciones de que dispone. Parece un contrasentido, pero no es así. Rubén no es un mercante de informaciones, es un amigo. Si eres su amigo, posiblemente te de las informaciones que te interesan. Y para ser su amigo debes simplemente demostrarlo, contándole informaciones reservadas de las que dispones, y que sean veraces, no cotilleos. De esa manera, la rueda gira; nada grabado, o archivos reservados. Todo en su cabeza. Es una garantía.

Yo le había demostrado mi amistad en repetidas ocasiones, pero no había necesitado todavía un favor. El momento había llegado.

Cuando entré, el bar estaba casi vacío, a excepción de un Drantrish (un insectoide enorme que, por lo que he podido averiguar, parece ser parte de la decoración del bar) que estaba devorando un nosequéynoloquierosaber en la barra del bar.

-¿Cómo te va, viejo?- me saludó Rubén.

Suele llamarme así, lo hace para provocarme. Pero no era un buen día para las provocaciones.

-Así… Necesito un favor de amigo.- Era la palabra de paso.

-¿Cómo de amigo?- preguntó, indicando con el rabillo del ojo el Dantrish.

-No tanto. O eso creo.-

-Dime, entonces.-

-Me han retado.-

-No es la primera vez.-

-A un juego ilegal.-

-No es la primera vez.-

-Que casi no conozco.-

-No es la primera vez.-

-SQUEEZE.-

-¿Qué demonio?… –

-Y he aceptado.-

Rubén se quedó como paralizado, con la boca abierta. Luego, despacio, se volvió hacia el Dantrish. Se intercambiaron una mirada intensa, luego el Dantrish movió su gran cabeza, desconsolado.

Rubén me dio una ligera y amigable colleja. -Ha sido un placer conocerte, ¿sabes? ¿Cuando tienes que jugar?-

-Bueno, esta tarde- dije.

-Perfecto. Te preparo enseguida uno de mis cócteles más fuertes. Un desatascador sería ideal. Te deja sin aire en los pulmones y sin pensamientos en el cerebro.-

-Gracias, prefiero un té.-

Rubén me miró de reojo. –Quizás sería mejor DOS desatascadores, entonces. Hazme caso.-

-No, gracias. Prefiero relajarme.-

Rubén soltó una risa. El Dantrish le imitó (a su manera). Y como la risa se contagia, empecé a reír yo también. Hasta que me di cuenta que estaba riendo solo.

-Me encanta que te lo tomes así- dijo Rubén. –No todos tienen la valentía de reír el día de su fin. Porque tus posibilidades de victoria son nulas.-

Mientras me preparaba el té, la Taberna del Viajante había vuelto a sumirse en un silencio espectral. Había entrado otro personaje; no le conocía, pero parecía tener autoridad. Esto quería decir sólo una cosa: cuidado con lo que dices, si estás a punto de hacer algo ilegal, y si esta ‘autoridad’ es realmente lo que aparece, las cosas se pueden complicar. Y mucho.

Rubén no necesitaba explicarse con detalles. Sólo, no quería problemas. Nunca.

4. El gran día

El gran momento había llegado, aunque no me parecía notar la tensión de los grandes acontecimientos. Quizás por inconsciencia, o incluso debido a las consecuencias de unos cuantos cócteles que había tomado la noche anterior; nada que ver con los desatascadores de Rubén.

Quizás Rubén estaba en lo cierto, me había tirado de cabeza para buscar mi propia muerte. De todos modos, era consciente de que un día de estos hubiera tenido que pagar la cuenta por ese vicio. El juego… cuando haces números, el último día, descubres que no has ganado nada.

¿Por qué soy totalmente incapaz de rechazar un desafío? En este caso, cualquier persona equipada con una dosis mínima de sentido común lo hubiera hecho. No conozco el juego. No he encontrado nada más que pocas, fragmentadas informaciones. La fama parece ser pésima, aunque por lo visto pocos han sido los que se han atrevido con el recorrido. Aceptar había sido un acto totalmente irracional.

Los jugadores como yo no somos racionales.

Sufren el morbo, y no se saben echar para atrás.

Y, a veces, el precio a pagar es muy alto.

La tensión fue creciendo hasta que vi a Gordon. Su figura, alta y musculosa, destacaba gracias también a su atuendo: un chándal adherente, de un material densomórfico que se adaptaba a su piel, y la total ausencia de… zapatos. Un hecho insólito, ya que nos habíamos citado en un descampado que había sido modelado, creo adrede, prácticamente al lado de una carretera secundaria que unía las dos pequeñas ciudades colindantes.

-Si tenemos que sumergirnos en esa selva, creo que no he elegido la ropa más adecuada- dije, intentando disimular mi malestar pero al mismo tiempo intentando que se sintiera culpable por no haberme avisado sobre el tipo de prendas más adecuado. Inútil.

-Toma- me dijo, lanzándome un chándal densomórfico parecido al suyo. No habíamos empezado a jugar todavía, y ya ganaba 1 a 0. Odioso.

-Tanto tiempo sin verte, y ya me arrepiento de haberte encontrado.-

Sonrió. –Pronto te arrepentirás mucho más- dijo. -Squeeze es mucho más que un juego, para un jugador.-

-Para uno que se pueda considerar de verdad un jugador…-

-Para cualquier jugador. No se trata de definir quién es más o menos bueno. Se trata de definir quién puede seguir viviendo y quién no.- Gordon se estaba poniendo algo trágico.

-Me alegro que tu lo digas. Quieres decir que estás empezando a tenerme miedo, eh?- intenté pincharle. Estábamos caminando en el bosque, pero los árboles eran siempre más espaciados.

Gordon se paró de golpe y me miró fijo en los ojos. Su mirada era tan profunda que estaba penetrando bajo mi piel. Parecía no acabarse nunca.

-Sabía que no habías jugado nunca, pero creía que conocías las reglas. Algunas personas han conseguido escribir…-

-¡Pero las conozco!- le interrumpí. Empecé a contarle las reglas del juego. Yo, a él.

Le dije que se parecía al golf, que se usaba cierto tipo de palo para golpear cierto tipo de bolas que parecían moverse por voluntad propia, expresión que prefiero traducir con la más accesible “bolas mágicas”, que en cada hoyo había un ganador, que se jugaban nueve hoyos y quien ganaba un mínimo de cinco ganaba la partida.

Él se conformaba con mover su cabeza, desconsolado.

Finalmente, me agarró por el brazo. Su mano me apretaba mucho, y casi parecía emanar calor, como si tuviera fiebre. Iba a decir algo, pero se detuvo y volvió a caminar.

Casi en  un murmullo, le oí decir: -No de ti, amigo mío, no de ti.-

-¿Qué dices? –

-No te temo a tí. Y siento haberte involucrado en esa locura. Ha sido un malentendido, quizás no por mi culpa, y no puedo hacer otra cosa que pedirte disculpas.-

Habíamos llegado por fin a campo abierto. Un pequeño cartel de similmadera decía:

HOYO 1

PAR 4

En perfecto estilo golfístico.

-¿Has traído tú las bolas, verdad?-. Era una pregunta retórica; cuando uno no ha jugado nunca a un juego determinado, es lógico que el más experto se encargue del equipo más corriente. Por eso, una vez más, Gordon me sorprendió.

-No es necesario- dijo con aires de quien acaba de comerse el pajarito, y extendiéndome dos palos que se parecían mucho a los de golf (pitcher y putter, aproximadamente). -¿Ves lo poco que conoces de este deporte?-

Luego, con aires pensativos añadió –siento mucho haberte involucrado en este lío; el hecho que seas un jugador profesional me había inducido a creer que conocías también el Squeeze. Pero, ¿quién sabe? Como se suele decir, mors tua…- y dicho eso emitió un agudo silbido.

En cuestión de instantes fuimos rodeados por unos animalitos que parecían bolas de pelo y se movían rápidamente con patitas muy cortas; se dispusieron en corona alrededor de nosotros, luego se pararon y nos miraron con ojos suplicantes.

-Elije tu bola- me dijo Gordon, -yo cogeré la roja y negra de la derecha.

Las bolitas se movieron dejando libre el espacio alrededor de su símil que había sido elegido, y al que parecían brillar los ojos.

Y yo elegí una bolita amarilla y azul, pero no podía ocultar ya mi asombro.

Las otras bolitas desaparecieron como por arte de magia, y los dos elegidos se movieron y se colocaron en una posición que parecía ser predestinada.

-Empiezo yo, si estás de acuerdo – dijo Gordon como si fuera una acción rutinaria. Para él puede que lo fuera..

5. El partido

Su primer tiro llegó a pocos metros del green. No me sorprendió, Gordon tenía mucha práctica con este juego. En cambio, me sorprendió mi tiro, que llegó a una decena de metros del suyo.

-No está mal para un principiante- me dijo, dejando entrever cierta decepción.

Eso también me pareció extraño. Un jugador, incluso un deportista, por competitivo que sea, debería admirar las proezas del contrario. Y la mía, hablando sin falsas modestias, era precisamente una proeza. Por ser la primera vez que agarro un palo, llegar donde había llegado era un gran golpe. Y, en fin, era solo un juego, no había razón de tomarse las cosas tan a pecho.

Así se lo dije a Gordon.

Y así, mientras nos acercábamos a nuestras ‘bolas’ me di cuenta de que me equivocaba.

-Este juego es el juego de la vida- me dijo. No le entendía, pero tenía que tirar otra vez, ya habíamos llegado a la altura de mi bolita. Intenté concentrarme pero la falta de práctica me hizo cometer un error, muy común entre los principiantes, y vi como la bolita botaba en el green para acabar en el bunker a pocos metros de distancia. Gordon, en cambio, con un golpe magistral colocó la bolita a pocos centímetros del hoyo. Me congratulé con él.

-No hace falta, querido. En breve me maldecirás por este buen golpe.- Exagerado, pensé.

Con el tiro siguiente conseguí llegar a green, nada mal. Podía cerrar el hoyo en par. Pero Gordon jugaba con ventaja, y no falló el birdie. Había ganado el primer hoyo; todo según guión, lógico. Pero no me esperaba lo que iba a pasar justo después.

No me esperaba que mi pelotita me mordiera.

Cuando oió mi grito, Gordon se dio la vuelta instintivamente, y me miró compasivo. –Tranquilo- me dijo.- Duele siempre un poco la primera vez, pero luego uno se acostumbra. Ahora sí te puedo explicar todos los trucos del juego, incluso porque creo me queda poco tiempo de vida.-

Era una declaración muy contundente, pero el mordisco de la bolita me había dejado aturdido, no sabía si por el susto o por las eventuales consecuencias. ¿Era venenosa? ¿Era dañina de alguna forma para el hombre?

-Ambas cosas- me dijo.

Y sus enigmáticas afirmaciones empezaron a tomar forma.

6. Revelaciones. El destino de los condenados.

-Tu también. Ahora estás condenado, exactamente como yo. Con la diferencia que a mi me queda poco tiempo para jugar.-

-¿Condenado? ¿Condenado a qué?-

-Condenado a jugar- contestó él sin darle demasiada importancia. -Nos ha pasado a todos, hace tiempo. Es como una droga, pero no lo puedes dejar.-

-¿Y porque?- pregunté, siempre más perplejo.

-La explicación técnica está en el mordisco que te dio la bolita. En ese momento te ha inoculado una sustancia que hace más débil tu físico y, sobre todo, tu voluntad. Ahora estás obligado a jugar, sólo espero que tu físico sea lo suficientemente fuerte para poder resistir unos años antes del mordisco final. Te encontrarás con otros esclavos de las bolitas, como tú, jugaréis vuestros partidos y, si eres bueno, verás muchos mordiscos finales en los tobillos de tus compañeros de juego. Yo he visto decenas de ellos.-

Pensé que estaba exagerando, pero una especie de picor en el tobillo derecho me hizo sospechar que cuanto Gordon me acababa de decir era la triste verdad. Una vez llegados al segundo punto de salida, mi bolita salió como por arte de magia de los hierbajos que rodeaban las plataformas de salida.

-Te toca empezar- me dijo Gordon.

Acordándose de las pocas informaciones de las que disponía, me concentré a fondo, golpeé y conseguí llegar casi a green. El golpe de Gordon fue más desafortunado: golpeó la rama de un árbol y se hundió en el rough pocos metros a los lejos. Su derrota se empezaba a oler en el aire. Se acercó a su bolita, y con un buen golpe consiguió acercarse a la mía. Yo, por mi parte, estaba claramente jugando con ventaja.

Cuando conseguí ganar el hoyo, vi palidecer a Gordon; y cuando su bolita le mordió gritó de dolor. Reí.

-No seas melodramático, a mi también me ha mordido el mío– le dije ingenuamente.

-No entiendes, no puedes entender- dijo llorando; -el dolor aumenta mucho en cada mordisco, y para mí creo que se ha tratado del último mordisco. Siento solo haberte involucrado en eso y no haberte podido explicar algunos trucos útiles.-

Silenciosamente, me di cuenta, habían aparecido otras bolitas de entre la maleza. Gordon no se había percatado y seguía quejándose, hasta que se dio cuenta de mi incomodidad, y de un hecho: ¡le estaban rodeando!

Se puso de pie e intentó huir, pero pronto le alcanzaron las primeras bolitas; no pensaba que serían tan voraces. Una vez vi un documental de aquellos peces terrícolas llamados piranha, y las bolitas atacaban usando la misma técnica.

Y con el mismo resultado.

Del pobre Gordon no quedó mucho, pocos minutos después. Solo su chándal densomórfico, que me apresuré a recuperare; las bolitas me miraban, satisfechas.

¿Cínico?

Quien no conoce Squeeze no puede juzgar mi cinismo. Se lo dije a Rubén.

7. Epílogo

Cuando fui a la Taberna del Viajante, noté enseguida que algo no funcionaba como antes; mis compañeros habituales parecían haber cambiado de actitud; o quizás ero yo él que no funcionaba, no iba bien, él que había cambiado al fin y al cabo.

Me senté en la barra y Rubén me miró interrogante.

-¿Cómo ha ido?- me preguntó.

-Sobrevivido- respondí. –Gordon no.-

-¿Has perdido?-

-Él más.-

-¿Pero tú?-

Decidí no contestar, y me volví hacia un grupo de personas que no conocía; cambié radicalmente de tema.

-Dime, Rubén, ¿conoces a esas personas?- le pregunté indicando el grupo.

-Algunos.-

-¿Y algunos de ellos juega?-

Rubén me miró, con una mezcla de sorpresa y de terror en los ojos. Luego me sirvió un cóctel de los suyos.

-Invita la casa- me dijo. –Es el último, en un principio, aunque no puedo prohibirte venir aquí. Quédate lejos de mis clientes y no armes líos.- Su tono de voz no admitía réplicas.

No entendía. No entiende.

Ser consciente de tu destino, saber exactamente de qué vas a morir, vivir con la adrenalina que te fluye, deliciosamente, en las venas.

Él que no lo prueba, no lo puede entender.

Y él que lo prueba quisiera no poderlo entender.