Mira que se lo dije. Lo prometo: se lo llegué a decir. Pero no me hizo caso.

Habíamos salido de la tierra, y casi habíamos llegado a la luna cuando empezó a decirlo. Que si podemos ser pioneros, que si vamos a llegar donde nadie ha llegado jamás. Chorradas de este tipo. Para la gradería.

Da la casualidad que él manda, en el transbordador espacial, y los demás tripulantes le tenemos que obedecer. Podríamos rebelarnos, podríamos habernos rebelado, pero ahora no tiene mucho sentido hacerlo, ¿verdad?

La realidad es que nos ha engañado. Y que nos hemos dejado engañar. Porque a nosotros también nos atraía la idea de ser pioneros, de ser exploradores, y al fin y al cabo la luna está muy vista.

Así, cuando llegamos cerca de la luna, nos la dejamos atrás. Nos sumergimos en el manto negro punteado de estrellas y de repente percibimos como el espacio, el espacio de verdad, nos envolvía, nos abrazaba, nos acogía.

Fue estupendo los primeros días. Fuimos enviando informes a la Tierra continuamente. De la Tierra nos amenazaban. Nos decían que teníamos que volver. Nosotros vivíamos en un estado de euforia perenne, y siempre queríamos adentrarnos un poco más en las profundidades del Universo.

Luego, unos cinco días después de haber dejado la luna a nuestras espaldas, nos dimos cuenta del porque de las insistencias del control Tierra. Estábamos a mucha distancia de Luna y de los satélites, nos habíamos despreocupado de todo, y no habíamos considerado que no se han construido todavía gasolineras en el espacio.

Los motores se han parado hoy. Nos quedan víveres para unos días. No tenemos escudos de protección.

Con un poco de suerte, a lo mejor llega un meteorito y nos hace pedazos.

 

 

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