La dura realidad no les había dejado alternativas. Todas las vías de escape se habían cerrado ante sus ojos atónitos. No es que les importara, como mucho les molestaría durante un rato, pero muy pronto sus intereses cambiarían; y su suerte, a lo mejor, también.

Durante los últimos años (¿cinco? ¿diez? ¿quince? ¿la eternidad?) la historia se iba repitiendo con monotonía cansina. Nuevo llegado. Novedades del mundo exterior. Ánimos. Ganas de luchar. Intentos de huida. Fracasos. Asimilación de los fracasos. Asimilación de su nueva condición.

Indiferencia.

Una vez llegados a cierto nivel de indiferencia, potenciado por la repetición del ciclo, finalmente se dejaba de intentar huir. Se dejaba de tener ánimos. Las novedades del mundo exterior ya no interesaban. ¿Ha llegado uno nuevo? ¿Qué más da?

Apatía.

Al principio eran unos veinte hombres. Todos varones. Lo cual no importaba, probablemente les estaban drogando para reducir su deseo sexual; o más sencillamente entre veinte hombres encerrados en un espacio reducido el deseo sexual no era el problema más apremiante.

Otros veinte se fueron añadiendo, poco a poco. Cinco de los primeros ya se fueron: no les liberaron, ni consiguieron escapar. Murieron. Sin eufemismos. Porque la muerte es tan dramáticamente evidente que no se merece eufemismos.

Los que quedaban eran poca cosa respecto de la cantidad de rebeldes en libertad, saboteando los cimientos de una sociedad desfigurada y deshumanizada. Rebeldes, contrarevolucionarios (él que sepa entender, que entienda), y mil nombres con connotaciones negativas, nombres que el mundo desprecia, por gozo de ellos y de la verdad.

No quiero que se me malinterprete. No me gusta la revolución porque sí, la contestación, la rebelión: conceptos e ideas que no me acaban de convencer, instrumentalizaciones por y para personas que se están equivocando constantemente en sus prioridades. De estas revoluciones hubo muchas, a lo largo de la historia, y todo se vino abajo cuando llegaron los Zwjinn.

Algunos creían que estábamos preparados, que nuestros siglos de historia iban a resultar beneficiosos para nuestra salvación, y sin embargo ni la historia, ni Galactica ni ninguno de los guiones falsamente definidos “de entretenimiento” y en realidad pedagógicos que habían poblado los palimpsestos de la Tierra durante más de un siglo, hasta finales del XXI.

Así es: creían que íbamos a estar preparados. No fue así.

Algunos creían que nos iban a barrer, una invasión en toda regla, con rayos laser iluminando la noche sin estrellas, caos y destrucción a lo largo del globo terráqueo. También nos habían preparado para esta eventualidad.

Así es: algunos temían que nos arrasaran. No fue así.

Algunos creían que se mezclarían con nosotros, adoptarían formas humanas y vivirían en paz y tranquilidad entre los humanos, unos humanos que han estado dominando la Tierra a su antojo durante tantas decenas de siglos. ¡Qué sencillos!

Así es: algunos creían que conviviríamos en paz. No fue así.

Los reconocimos. Los aceptamos. Los acogimos, algunos humanos hasta con los brazos abiertos.

Así fue como nos dominaron.

Les fuimos dejando espacio, y no dijimos nada hasta que fue demasiado tarde.

Ahora la mayoría de los humanos ha aceptado a los Zwjinn como amos de sus vidas y considera normal la existencia de los espaciopuertos Zwjinn y del tráfico de materiales para ellos interesantes, como el hierro fundido de nuestro núcleo. Por cierto, el sistema de extracción que usan es técnicamente muy interesante.

Los humanos que ayudan a los Zwjinn les adoran. El día de mañana adorarán a otros dioses. No entienden que les aprovechan hasta exprimirlos, antes de echarlos a la lava fundida. De estos siempre ha habido y siempre habrá, y siempre serán la mayoría.

Nosotros sabemos muy bien que no nos podemos quedar sin el núcleo magnético de la Tierra, la vida dejaría de existir. A los Zwjinn no les importa, no es ésta su casa. Lo más triste es que parece no importarles a ellos, a la mayoría de los seres humanos.

Lo más curioso de toda esta historia es que los Zwjinn no son, en realidad, diferentes de nosotros. Cometen nuestros mismos errores.

Cuando descubren a uno de nosotros intentan acallarle, pero nuestra fuerza es precisamente la de ser una minoría dispersada. No aparentamos, nuestro trabajo es sutil y constante.

Vivimos aquí con indiferencia y apatía porque éste es nuestro nuevo estado larval, antes de una nueva mutación que nos llevará a deshacernos de los Zwjinn, dominarlos y aprovechar todos sus conocimientos técnicos, vuelo espacial incluido.

Creen habernos recluido aquí.

Creen habernos encerrado en la indiferencia.

Pero en realidad aquí, precisamente aquí y ahora, estamos entretejiendo nuestros hilos de esperanza.