Estaba mirando algo que parecía nada más que una pieza de metal reflectante, cuando de repente dijo la frase más excitante que puede salir de la boca de un científico.

-Eso es muy extraño…- dijo.

Sus compañeros y colegas de trabajo no le hicieron mucho caso. Al fin y al cabo todas las alarmas del centro de investigación se habían conjurado para envolver su voz en una cacofonía indescifrable.

No era la primera vez que hacía desaparecer algo, ni ella ni los demás investigadores. Las desapariciones estaban al orden del día, objetos, bolígrafos, incluso personas desaparecían y eran halladas una media hora más tarde en el cuarto de las máquinas de café. Pero las cosas no solían aparecer.

Los investigadores se apresuraron para analizar el lugar de los hechos, el ala del edificio que hospedaba el láser Bolsoy, analizando lo que quedaba del laboratorio, corriendo lentamente sus manos sobre su estructura, en busca de metralla o quemaduras. No había ninguna. Esto no fue un milagro, fue un contratiempo de la ciencia: en lugar de la reacción que se esperaba, hubo una explosión. La destrucción de un equipo del valor de varios cientos de miles de dólares fue un acontecimiento colateral, puede que no fuera ni siquiera un daño, ya que, de verdad, el dinero no era un problema.

La cámara cilíndrica que había desprendido un olor cáustico tan fuerte ahora apestaba a humo. El láser Bolsoy no era más que un tubo de acero ardiente. La mayoría de los accesorios de la habitación se había caído al suelo, los ordenadores se reventaron a pesar de ser de la marca de la manzana y las tuberías se rompieron escupiendo vapor en todas las direcciones. Y sobre todo, aunque les tomó un minuto darse cuenta de ello, los restos de la puerta de la cámara estaban en el suelo, cambiando lentamente dentro y fuera de la realidad, meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Se podían ver claramente algunas de sus partes, pero estaban como retorcidas, y tan escurridizas a la luz que se resistían a ser miradas directamente. Translúcida, se balanceaba, partes de ella desaparecían, y de repente otras partes llegaban claramente a la vista.

El equipo se quedó mirando a ella. Y allí estaba ella: Corinne Ashley, su mente pulsando y oscilando entre lógicas paralelas en un ataque de actividad. Era la única persona que entendía lo que acababa de ocurrir.

Corinne se quitó las gafas. -¿Están todos bien?-, dijo.

Hubo cierto revuelo entre los presentes. Cuando se dio la vuelta para mirar ellos se fijaron todos con ojos muy atentos. ‘Muy bien’ probablemente no era la mejor manera de describir el estado de ánimo de los presentes.

Corinne continuó. -¿Todo el mundo está vivo?-

Todo el mundo miró a su alrededor, relajándose y frotándose los ojos. Finalmente se hizo un murmullo de confirmación general.

-Así es.- Tan pronto como se pudo mover, Corinne se dio cuenta de que no estaba parpadeando, sino mirando fijamente y respirando profundo. Entendió lo que estaba viendo: había escrito tesis y ensayos sobre objetos extra-dimensionales, y ahora que estaba mirando a uno de ellos, sintió como que lo había visto antes, que ya era un hecho sorprendente y casi cotidiano.

Revivió su infancia, y las muchas veces que le habían tomado el pelo porque ella, sólo ella, se daba cuenta de lo que ocurría, de los ¿monstruos? que aparecían y desaparecían en medio de la indiferencia más completa. Y cuando avisaba de su presencia, ya habían desaparecido: y la tomaban por loca.

Ahora, como adulto y científico, la emoción del descubrimiento se había ido, los restos humeantes del laboratorio no transmitían emociones. Cada misterio nunca resuelto resultó no ser ninguna magia. Siempre había una nueva frontera, pero el riesgo de que las fronteras se acabaran siempre estaba presente: entonces la luz del conocimiento extinguiría el encanto de lo desconocido. Pero la emoción de la exploración, de ir adelante, nunca dejó su cabeza.

Corinne miró alrededor de la habitación, sin saber qué decir. Ahora que todo se estaba tranquilizando el resto del equipo podría volver a utilizar la cabeza y abandonar el modo pánico. No lo sabía aún, pero a doscientas millas de distancia de la explosión la metralla se fue materializando de nuevo en 3D, real como la muerte misma, cayendo del cielo como lluvia de cuchillos, afortunadamente de noche y en un campo de maíz. Asimismo, no se dio cuenta de que no había pedazos de metal retorcido y afilado, de no ser así todos estarían muertos ahora mismo. Por otra parte, de no haberse desdoblado los objetos, compartiendo dimensiones paralelas, con toda probabilidad no habría tenido lugar una explosión. Lo cual no dejaba de ser un bucle lógico inquietante.

Miró de nuevo al metal que estaba oscilando hacia adelante y hacia atrás invitando a un baile muy atrevido. Ella entendió lo que eso significaba en nuestra dimensión, pero en el otro lado, ¿quién sabía? Era una incógnita. Cualquier cosa podría ocurrir por ahí.

Ella dio un paso hacia la pieza de metal que estaba siendo en gran parte ignorada por sus compañeros, quienes no veían ni entendían su importancia. Parecía estabilizarse cuando de repente ya volvió a cambiar. A medida que se acercaba Corinne casi podía ver el confín donde se perdía fuera del espacio conocido. Se veía como una frontera de aceites calientes y multicolores. Esto, también, era algo que había visto antes, pero ¿qué significaba eso?

Alargó la mano, impulsada por un ansia que apenas podía dominar o entender, y agarró el metal retorcido.

Finalmente, después de tantos años y tantas incomprensiones, de la mano de una simple barra de metal se dejó llevar fuera de este mundo.