Inauguramos así el proyecto del mini-serial del jueves.

Cada jueves, una nueva entrega, hasta agotar el cuento.

Empezamos hoy con el cuento titulado «Error de transcripción»

Llovía. Siempre llueve en esas ocasiones. Pero cuando entra una llamada no puedes dejarte llevar por la pereza; te toca, te ha tocado, tienes que ir. Sin prisa pero sin pausas: no se va a mover.

Bajó del coche; de su coche; no usaba nunca el coche de servicio en estos casos. Debería ir a buscarlo, luego volver… el tráfico de Madrid lo desaconseja. Bajó del coche con su abrigo abrochado, como si fuera parte integrante de él mismo. Y con el sombrero, que no falte; para repararse de la lluvia, y tener las manos libres, que nunca se sabe. La PPK en el bolsillo, cargada.

Al llegar al piso le reconocieron y le dejaron pasar sin hacer preguntas. Alguien habló por el walkie avisando a Teresa, señal de que estaba al mando. Bien. Se llevaba bien con ella, no solían haber piques; pero, si era lo que se esperaba, el caso era suyo. Y solo suyo.

-Hola Martín.- Se dirigió hacia él con la cara sonriente, como si no fuera molesta por tener que estar por esas llares un viernes por la noche. Martín no había cenado, supuso que ella tampoco, y les quedaba mucho trabajo por hacer.

-Hola Teresa.- Educación, por encima de todo. -Me gustaría saber porque estoy aquí.- El tono era quizás un poco seco, pero había sido una semana muy dura y complicada, y la guinda del viernes noche le estropeaba el ánimo aún más. La pregunta era, de todos modos, retórica.

-Juzga por ti mismo- le contestó la compañera. Le llevó al piso de la segunda planta. Entraron. Había sangre por todas partes.

-Utilizó una escopeta de caza. Por lo visto era de su padre, que falleció hace unos meses.-

-Interesante. Y ¿la tenía en su casa?-

-Parece ser que no. Hemos hablado con la madre y con el cuñado; la madre y la hermana están de camino, y el cuñado, como es lógico, aunque se le ve más entero. Parece que la muerte no le ha afectado mucho.- Mientras hablaba, ambos seguían estudiando el cadáver y la habitación.

-Por el hecho de no compartir sangre con él, supongo; o por carácter; o por ser el asesino.- Las tres posibilidades parecían ser igualmente válidas, aunque Martín propendería por la segunda.

-Ya.- Teresa movía la cabeza, desconsolada. -Pero el parecido con tus otros casos es asombroso. Por eso te llamé. Y, francamente, si este no es un suicidio, el montaje es francamente de cinco estrellas.- Miró al cadáver. -Con perdón- se sentí en la obligación de decirle, como si pudiera escucharla. Y perdonarla.

-Exactamente como los demás. ¿Te acuerdas de aquel que le robó el arma a un guardia de seguridad?- Fue el primer caso que trató. La ‘victima’ robó la pistola de un guardia de seguridad, se encerró en los baños del centro comercial y se quitó la vida. Y era una persona normal y corriente, sin problemas tan grandes como para quitarse la vida.

Ambos suspiraron. Daba mucha pena ver un joven tan vigoroso allí, sin vida. Y casi sin cabeza.

-Yo no dejaría entrar a los familiares, tú haz lo que quieres- le dijo finalmente a Teresa. -He visto todo lo que necesitaba ver. Envíame mañana unas cuantas fotos, por favor. Para mi colección. Las pondré en el tablero, como hacen en las películas americanas. Luego me pondré a mirarlo fijamente, hasta que entre alguien en mi despacho, diga alguna obviedad, se me encienda una lucecita y resuelva el caso.-

Teresa le miraba compadeciéndole. -¿Qué opinas? Como suicidios son bastante raros, pero como homicidios lo serían aún más. No me siento en ánimos de darle carpetazo y de olvidarme.-

-Tienes razón, muchos elementos no encajan. Especialmente uno. ¿Qué factor convierte de forma instantánea una persona normal y corriente en un suicida?- La duda de fondo estaba resumida de manera cristalina. Y el elemento común no se encontraba.

-Quizás sea el pepino- aventuró Teresa. Pero Martín la miró con los ojos desorbitados. -Quiero decir, por lo visto él también había comido pepino al mediodía.-

-Como la mitad de los españoles. Con este son ocho los muertos en las últimas tres semanas. En España viven unos cuarenta millones de personas. Deberían haber muerto unos veinte millones, mil más, mil menos. De ocho a veinte millones… creo que la explicación es otra.-

No era capaz de darse cuenta cuando Teresa estaba haciendo ironía, cuando no hablaba en serio; porque para él el asunto siempre iba en serio, y no había espacio para bromas.

El guardia de la entrada llamó a Teresa para avisarla de la llegada de los familiares del chico. -Muy bien. Me voy- dijo Martín. -Ya seguiremos con nuestras conjeturas.- Por suerte, no le había tocado estar al mando esta vez.

Pero Teresa le sorprendió. -Te acompaño- le dijo.

-Pero… no puedes. Tu estas al mando, no puedes abandonar la escena…- empezó a balbucear. Teresa le proporcionó una sonrisa tranquilizadora.

-Técnicamente no; la escena es de Ramírez, que además ha estado con nosotros todo el tiempo y sabe perfectamente lo que tiene que hacer.- Era cierto. Eran ciertas las dos afirmaciones. Se había quedado en la retaguarda, como solía hacer. Estrategia interesante, la suya, y muy efectiva, que sin embargo no le había librado de la necesidad de atender a la familia del fallecido.

-Además- siguió Teresa -no me fio de ti.- aquí también había dado en el blanco. Hubiera ido a casa para quedarse hasta altas horas estudiando los detalles del caso; luego, se quedaría dormido o le sorprendería el amanecer. Mejor tener un ángel de la guarda que te guíe, a veces.

Se fueron en el coche de Martín a tomar algo. Luego Teresa le acompañó a casa y se aseguró que tomaba sus pastillas para dormir, y sin hacer trampas. -Te llamo mañana- le dijo despidiéndose. Vivía un par de bloques más allá, podía volver a casa andando. Eso fue precisamente lo que hizo. Y él se quedó dormido en cuestión de minutos.

¡Hasta el próximo jueves!