Por fin, partido…

El gran día

El gran momento había llegado, aunque no me parecía notar la tensión de los grandes acontecimientos. Quizás por inconsciencia, o incluso debido a las consecuencias de unos cuantos cócteles que había tomado la noche anterior; nada que ver con los desatascadores de Rubén.

Quizás Rubén estaba en lo cierto, me había tirado de cabeza para buscar mi propia muerte. De todos modos, era consciente de que un día de estos hubiera tenido que pagar la cuenta por ese vicio. El juego… cuando haces números, el último día, descubres que no has ganado nada.

¿Por qué soy totalmente incapaz de rechazar un desafío? En este caso, cualquier persona equipada con una dosis mínima de sentido común lo hubiera hecho. No conozco el juego. No he encontrado nada más que pocas, fragmentadas informaciones. La fama parece ser pésima, aunque por lo visto pocos han sido los que se han atrevido con el recorrido. Aceptar había sido un acto totalmente irracional.

Los jugadores como yo no somos racionales.

Sufren el morbo, y no se saben echar para atrás.

Y, a veces, el precio a pagar es muy alto.

La tensión fue creciendo hasta que vi a Gordon. Su figura, alta y musculosa, destacaba gracias también a su atuendo: un chándal adherente, de un material densomórfico que se adaptaba a su piel, y la total ausencia de… zapatos. Un hecho insólito, ya que nos habíamos citado en un descampado que había sido modelado, creo adrede, prácticamente al lado de una carretera secundaria que unía las dos pequeñas ciudades colindantes.

-Si tenemos que sumergirnos en esa selva, creo que no he elegido la ropa más adecuada- dije, intentando disimular mi malestar pero al mismo tiempo intentando que se sintiera culpable por no haberme avisado sobre el tipo de prendas más adecuado. Inútil.

-Toma- me dijo, lanzándome un chándal densomórfico parecido al suyo. No habíamos empezado a jugar todavía, y ya ganaba 1 a 0. Odioso.

-Tanto tiempo sin verte, y ya me arrepiento de haberte encontrado.-

Sonrió. –Pronto te arrepentirás mucho más- dijo. -Squeeze es mucho más que un juego, para un jugador.-

-Para uno que se pueda considerar de verdad un jugador…-

-Para cualquier jugador. No se trata de definir quién es más o menos bueno. Se trata de definir quién puede seguir viviendo y quién no.- Gordon se estaba poniendo algo trágico.

-Me alegro que tu lo digas. Quieres decir que estás empezando a tenerme miedo, eh?- intenté pincharle. Estábamos caminando en el bosque, pero los árboles eran siempre más espaciados.

Gordon se paró de golpe y me miró fijo en los ojos. Su mirada era tan profunda que estaba penetrando bajo mi piel. Parecía no acabarse nunca.

-Sabía que no habías jugado nunca, pero creía que conocías las reglas. Algunas personas han conseguido escribir…-

-¡Pero las conozco!- le interrumpí. Empecé a contarle las reglas del juego. Yo, a él.

Le dije que se parecía al golf, que se usaba cierto tipo de palo para golpear cierto tipo de bolas que parecían moverse por voluntad propia, expresión que prefiero traducir con la más accesible “bolas mágicas”, que en cada hoyo había un ganador, que se jugaban nueve hoyos y quien ganaba un mínimo de cinco ganaba la partida.

Él se conformaba con mover su cabeza, desconsolado.

Finalmente, me agarró por el brazo. Su mano me apretaba mucho, y casi parecía emanar calor, como si tuviera fiebre. Iba a decir algo, pero se detuvo y volvió a caminar.

Casi en  un murmullo, le oí decir: -No de ti, amigo mío, no de ti.-

-¿Qué dices? –

-No te temo a tí. Y siento haberte involucrado en esa locura. Ha sido un malentendido, quizás no por mi culpa, y no puedo hacer otra cosa que pedirte disculpas.-

Habíamos llegado por fin a campo abierto. Un pequeño cartel de similmadera decía:

HOYO 1

PAR 4

En perfecto estilo golfístico.

-¿Has traído tú las bolas, verdad?-. Era una pregunta retórica; cuando uno no ha jugado nunca a un juego determinado, es lógico que el más experto se encargue del equipo más corriente. Por eso, una vez más, Gordon me sorprendió.

-No es necesario- dijo con aires de quien acaba de comerse el pajarito, y extendiéndome dos palos que se parecían mucho a los de golf (pitcher y putter, aproximadamente). -¿Ves lo poco que conoces de este deporte?-

Luego, con aires pensativos añadió –siento mucho haberte involucrado en este lío; el hecho que seas un jugador profesional me había inducido a creer que conocías también el Squeeze. Pero, ¿quién sabe? Como se suele decir, mors tua…- y dicho eso emitió un agudo silbido.

En cuestión de instantes fuimos rodeados por unos animalitos que parecían bolas de pelo y se movían rápidamente con patitas muy cortas; se dispusieron en corona alrededor de nosotros, luego se pararon y nos miraron con ojos suplicantes.

-Elije tu bola- me dijo Gordon, -yo cogeré la roja y negra de la derecha.

Las bolitas se movieron dejando libre el espacio alrededor de su símil que había sido elegido, y al que parecían brillar los ojos.

Y yo elegí una bolita amarilla y azul, pero no podía ocultar ya mi asombro.

Las otras bolitas desaparecieron como por arte de magia, y los dos elegidos se movieron y se colocaron en una posición que parecía ser predestinada.

-Empiezo yo, si estás de acuerdo – dijo Gordon como si fuera una acción rutinaria. Para él puede que lo fuera..