La historia parecía haber acabado, pero cobró nueva vida con el cuento ‘epílogo y prólogo’ que la sigue incluso en mi libro «Misma tierra…»

Cuando oyó el timbre, Martín estaba ya despierto. En serio. Pero no tenía ninguna gana de levantarse para abrir la puerta. Por suerte era Teresa, y siempre traía las llaves, conociendo bien a su amigo.

-¿Estas presentable?- chilló desde la entrada, una vez cerrada la puerta.

-Claro que sí, llevo el pijama con los patitos que me regaló mi madre el año pasado para Reyes. Lo que pasa es que no tenía ganas de levantarme.-

-Esto es algo que tenemos que corregir.-

Había entrado ya en la habitación de Martín y había abierto la ventana para cambiar el aire. -Aquí falta un toque femenino- dijo, viendo la decoración de la habitación consistente en calcetines, tejanos, camisetas y otras prendas masculinas menos nombrables.

-¿Puedo preguntarte algo, Tere?-

-Dispara.-

No había sido una respuesta con gracia, después de los acontecimientos de hace un par de semanas.

-Quisiera saber porque lo primero que haces es preguntar si estoy presentable.-

-Bueno, porque lo último que quiero es verte en condiciones impresentables. Con tu habitación tengo suficiente.-

-No, no, es que… y ¿si estuviera acompañado?- le dijo, haciéndole entender que a lo mejor en alguna ocasión podría evitar entrar con tal espontaneidad en su casa. Pero ella le miró intensamente. Y expresivamente.

-Ya. ¿Ahora puedo abrir tu armario para prepararte algo más de calle o me voy a encontrar con alguna sorpresa?- Abrió el armario sin esperar contestación y se encontró con una sorpresa. Una montaña de ropa lavada y sin planchar que la agredió cogiéndola por sorpresa.

Ambos se echaron a reír.

-Cómo no te animes a planchar tendré que venir yo a arreglarte todo eso.-

-Tienes razón. Es que no estoy de humor.- Ambos se miraron.

-Yo tampoco lo estoy, el caso de Pedro y Pablo ha hecho mella hasta en mi duro corazón.- Y era cierto. Pero Teresa es una mujer, y las mujeres reaccionan con más vehemencia, con más fuerza… -Mientras, voy a encender la plancha- y se llevó un fajo de camisas y pantalones.

En unos minutos, Martín se había preparado para salir a desayunar, pero Teresa se negó. -Ahora que tengo la plancha caliente, vas a tener que esperarte.- Pero, así, justamente para llevar la contraria, oyeron el timbre. Se miraron sorprendidos.

-¿Esperabas a alguien?- preguntó Teresa.

-Yo no- le contestó Martín. -¿Y tú?-

-¿Yo? ¿Qué dices? ¡Si esta es tu casa!-

-Bueno, como siempre te pasas por aquí…-

-Calla. Y explícame porque tu puerta de entrada no tiene mirilla.-

-Es cierto. Es que…-

-Ahora no, bobo.- Desenfundó el arma. -Tú abres, yo apunto. ¿Preparados?-

-Quizás podríamos antes preguntar quién es…-

-¡Abre!-

Abrió, como por reflejo, o puede que porque nadie se atreve a discutirle algo a Teresa. Teresa estaba apuntando a la altura del corazón, pero se quedó inmensamente sorprendida al ver la cara sonriente y pacífica de Pedro.

Así que… ¡hasta el próximo jueves!