-No recuerdo.-

El soldado estaba sentado en una camilla, hablando con un señor que parecía ser un médico. Al soldado también le hubiera parecido un médico, si se hubiera acordado del uniforme de los médicos; o del aspecto de los médicos; o de lo que es un médico.

-Es normal.-

-¿Recordaré?-

-Es posible.-

El médico estaba ataviado con un líquido. El soldado vio cómo lo extraía haciendo uso de una jeringa hipodérmica. Él mismo lo podría haber dicho, pero no sabía qué era una jeringa hipodérmica, ni lo que es un líquido, ni tampoco qué significa extraer, ni para qué se hace.

Cuando la jeringa entró en la base de su cráneo no le dolió. No sabía qué era el dolor.

-Dentro de poco podrás volver al frente. O a la zona caliente, o como la quieras llamar.-

-¿Qué me ha suministrado, doctor?-

-Lo de siempre, soldado.-

-¿La poción de los pollos?- le preguntó.

-De los gallos.- Buena señal, esto significaba que la memoria estaba volviendo. Dentro de poco estará en condiciones de recordar todo su entrenamiento. Ellos la llamaban así, ‘la poción de los gallos’, porque les infundía fuerza y podían retornar a combatir en el frente, en esta guerra sin fin.

-Recuerdo cosas de mi entrenamiento.-

-Como tiene que ser.-

-Estoy recordando a mis compañeros.-

-Me alegro.-

-¿Cuándo podré verles?-

-Muy pronto, hijo.- En cuanto recuperes la memoria en un grado suficiente. Te necesitan en el frente, a pesar de que nadie te lo dirá nunca.

Estos vacíos de memoria se producían de forma periódica, y los soldados se quedaban como paralizados, ausentes. De no ser por la poción de los gallos…

-¿Están todos en el frente? ¿Están vivos?- Seguía preguntando, obsesivamente.

-Todos están en el frente, te están esperando.-

-Tendré que ir, con su permiso.-

El doctor asintió, y el soldado se marchó con vigor.

A todos les pasaba lo mismo, pero con una solución revitalizadora ya estaban de vuelta a las zonas de combate. El doctor no se podía quejar, no era un trabajo duro, sólo aburrido y repetitivo.

Cuando los soldados llegaban, estaban vacíos. Al cabo de unos minutos, cuando la solución hacía su efecto, podían salir de nuevo, ansiosos de volver a combatir en esta guerra sin fin.

Miró el ordenador. Estaba cansado de esta rutina. En la pantalla leyó por cuarta veces la solicitud de traslado, y se decidió. Decidió que tenía que hacer algo por el vacío que él experimentaba, para librarse de esta sensación de inutilidad que se le pegaba como un refresco derramado y evaporado en el calor tórrido del verano tropical.

Firmó digitalmente la solicitud y la envió.

Cualquier otro trabajo era mejor que el de médico de la VI Unidad de Zombis de Combate.